Las reformas en las empresas estatales cubanas

Elías Amor Bravo, economista
Nos preguntamos en numerosas ocasiones por qué no funciona la economía castrista y la respuesta es porque tampoco funcionan sus empresas estatales. El modelo económico que rige la economía no aprovecha el potencial y el dinamismo inherentes a la actividad empresarial que, según los economistas que saben de estas cosas, resulta fundamental para el desarrollo económico de un país.
Según datos de la ONEI, en Cuba existen alrededor de 9.702 entidades de las cuáles, se cuentan 1.811 empresas estatales, 230 sociedades mercantiles y 5.380 cooperativas (dato de septiembre de 2017). Además, hay un total de 2.281 unidades presupuestadas. El número de empresas ha disminuido un 23% desde 2013, un descenso superior al conjunto de unidades que ha sido solo del 5,6%. El ajuste del número de empresas en la economía cubana es una realidad y ello tiene consecuencias.
El asunto no es baladí porque la actualización raulista ha incorporado algunas medidas parciales destinadas a dar a las empresas estatales mayor autonomía de gestión, pero no parece que tales cambios hayan supuesto un escenario más favorable para la actividad general.
Conviene reflexionar, siquiera brevemente, sobre los aspectos que explican esta situación.
En efecto, por ejemplo, en Cuba a diferencia de otros países, no existen empresas líderes ni tampoco empresarios o directivos líderes, si quiera en su rama de actividad o sector. No suelen ser frecuentes las noticias en la prensa oficial castrista en que se destaquen los resultados obtenidos por un dirigente del sector empresarial. Las marcas no se promocionan. La publicidad empresarial brilla por su ausencia en los principales medios de comunicación oficiales. No se conocen experiencias de gestión directiva exitosas, salvo aquellas referencias aisladas al denominado “perfeccionamiento empresarial” del que poco más se supo. Por tanto, en ausencia de líderes empresariales en la isla, no es fácil atraer talento, capacidad y motivación hacia las empresas. Bien distinto del panorama del exilio, donde empresarios, directivos, gerentes y líderes de los negocios nacidos en Cuba han mostrado un éxito extraordinario al frente de sus organización. Alguien debería preguntarse por qué esto es así.
Segundo, no se percibe en el ámbito empresarial estatal de la isla la necesaria valentía y capacidad de asunción de riesgos para afrontar los desafíos. Lo siento, pero creo que ese temor de los directivos que los lleva a apostar de forma permanente por un perfil bajo en sus organizaciones, no revela el necesario esfuerzo para superar las dificultades del entorno, tal vez porque no se disponga de información relativa a las mismas. Depender de órganos de la alta dirección empresarial y otros mecanismos burocráticos creados por el castrismo, aleja a quién está más cerca de la realidad diaria de la actividad empresarial de la toma de decisiones puntual y comprometida, fundamental para el éxito de las organizaciones. Otro aspecto a tener en cuenta.
En tercer lugar, no veo que exista un binomio rentabilidad y responsabilidad social en el entramado de las empresas estatales del régimen. Cuando este modelo ya se encuentra ampliamente extendido en los países capitalistas, donde las empresas destinan de forma explícita, y lo hacen saber a sus clientes, recursos crecientes a atender necesidades sociales, en Cuba este tipo de actuaciones ni está ni se la espera. Ni siquiera en el capital extranjero que está acreditado en la isla haciendo negocios se perciben estrategias de responsabilidad social empresarial. Esto aleja a la isla de las tendencias en la gestión moderna. Una lástima.
En cuarto lugar, la dirección y el liderazgo empresarial estatal cubano está falto de objetivos bien definidos en materia de autonomía y crecimiento. Si complicado es resolver todos los días la maraña de obstáculos burocráticos del régimen, la percepción sobre objetivos dista mucho de lo que ocurre en otros países. La eventual obtención de beneficios, pese a los cambios introducidos en las reformas que permiten vender los excedentes a precios de mercado, una vez satisfechos los compromisos con el estado, o pagar a los empleados en función de resultados, se sigue observando por los órganos de control e intervención estatal como presunción de algo negativo que se debe corregir. Sin objetivos claros, las empresas no pueden funcionar bien. Este es otro aspecto a tener en cuenta.
Finalmente, me temo que la gestión empresarial estatal en Cuba se encuentra muy lejos del paradigma basado en estrategia, gestión, evaluación y control. Y si existe realmente, no se percibe su aplicación en términos de resultados concretos. La satisfacción del cliente, por ejemplo, no parece estar en el frontispicio de la actividad de las empresas estatales. Cubrir un expediente, quedar bien con los órganos superiores de control estatal, evitar el conflicto, tienen muy poco que ver con el suministro a los consumidores de bienes y servicios en calidad y cantidad suficientes. Mientras que esta prioridad no aparezca en la actividad empresarial en la isla se estará muy lejos de articular mercados competitivos y solventes que supongan una transformación en profundidad de la economía.
Y lo peor de todo esto es que la responsabilidad de este estado de cosas no creo que esté en las personas que día a día dedican su energía y esfuerzo a la actividad empresarial estatal. Nada de eso se debe deducir de este texto. Mucho es lo que se tiene que hacer en el ámbito de las instituciones empresariales y esa labor corresponde al gobierno, creando un espacio adecuado para que las empresas puedan funcionar con un paradigma de gestión moderno, basado en las necesidades de los clientes, en el riesgo, en la reinversión de beneficios y la independencia del intervencionismo estatal. En suma, consejos de dirección competentes, integrados por personas que conozcan el negocio y que puedan ir tomando participación activa en el capital de las empresas. Un proceso que no se debe detener hasta que el capital privado pase a ocupar el papel que le corresponde en la economía.
La actualización raulista no está mostrando capacidad para cambiar una cultura directiva que requiere más formación, aprendizaje y la toma de contacto con la diáspora de éxito, con los empresarios cubanos que en Estados Unidos, España, Italia o Suecia, han tenido magníficos resultados de gestión al frente de sus organizaciones que Cuba debería estimular. Los emprendedores privados que se establecen por cuenta propia son una esperanza en este escenario de oscuridad, pero con un tamaño pequeño y atrapados por la presión fiscal y la intervención/represión directa del estado, no podrán impulsar los cambios necesarios hacia la libertad económica. De momento, que los reciba el ministerio de trabajo es una buena noticia. Otra cosa es que les hagan caso.


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