A propósito del socialismo y la prosperidad

Elías Amor Bravo, economista
 
En los últimos días, los documentos aprobados en la Asamblea Nacional, la denominada “Actualización de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución para el periodo 2016-2021”, junto a la “Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista” y por último, el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030: Propuesta de Visión de la Nación, Ejes y Sectores estratégicos” han merecido la atención de los observadores y analistas que siguen los acontecimientos de la economía cubana, inmersa en una grave y profunda recesión que arranca del segundo semestre del pasado año y que, previsiblemente no ha producido aún todos los efectos negativos que cabe esperar de la misma.

No obstante, el régimen se ha embarcado en la aprobación de estos tres documentos, de los que se puede extraer básicamente un titular común que, en cierto modo, resume todas las propuestas e ideas contenidas en los mismos. A saber, el régimen aspira a construir una “sociedad socialista y próspera”. Varias preguntas surgen de forma espontánea.

¿Es que tal vez no ha tenido tiempo en 58 años para lograr este objetivo? ¿En qué han andado desde 1959?

¿Es que no existen alternativas para impulsar los cambios que necesita la economía cubana y sólo es posible realizarlo desde el enfoque de una “sociedad socialista”?

¿Tal vez ese rechazo obsesivo a la economía de empresa y mercado libre tenga un componente más ideológico que práctico?

Lo cierto es que con enunciados como el anterior, “aspirar a una sociedad socialista y próspera”, el régimen castrista se cierra en banda a cualquier planteamiento de racionalidad que permita superar los graves desequilibrios de la economía y su atraso y falta de eficiencia. No es una cuestión coyuntural vinculada a más o menos barriles de petróleo procedentes de Venezuela, sino de un enfoque nuevo de la posición de Cuba en la economía mundial, con un sistema económico y productivo capaz de producir lo suficiente para atender los distintos renglones de la demanda y poder exportar excedentes con los que generar divisas. La cuestión es por qué ese “socialismo próspero” impide alcanzar estos objetivos.

Hay un error de principio en todo ello. Algunos defensores del régimen castrista lo dejan entrever en sus posiciones y en general, la propaganda de los medios dependientes del único partido que rige los destinos de la isla, se ha volcado en hacernos creer una falsedad, que muchos cubanos deben empezar a observar desde una perspectiva de relatividad y distancia.

¿Cuál es esa falsedad? Muy sencilla. Establecer una asociación de ideas entre “socialismo” y “sociedad próspera” que son objetivos destacados, y al mismo tiempo, cerrar el paso a un marco jurídico de reconocimiento y respeto a la propiedad privada en todas sus formas, la aceptación del mercado como instrumento básico de asignación de recursos, el reconocimiento a la empresa privada competitiva como eje fundamental de la economía nacional y aceptar que las funciones del estado en la economía son las clásicas de distribución, asignación y estabilidad, limitando su participación a la regulación de un entorno favorable para el ejercicio de la actividad económica privada.

Un nuevo modelo en el que la generación de riqueza, su acumulación y transformación en empleo y prosperidad, no se vea constreñida o limitada por la acción de un gobierno intervencionista y planificador, obsesionado con el control y la propiedad de todos los medios de producción. En suma, devolver a los cubanos la libertad de elección económica que les fue sustraída a partir de 1959 con la confiscación masiva de empresas y propiedades por la llamada “revolución”.

Es importante saber que el resultado final de este nuevo enfoque daría a Cuba un sistema económico más potente, competitivo y capaz de dar satisfacción a las necesidades de todos. Y por supuesto, el estado debería asumir su papel de garante de la justicia social y la equidad. La idea es que los cubanos entiendan que una sociedad “socialista y próspera” se puede conseguir igualmente desde la perspectiva de una potente economía privada y de mercado. Numerosos países del mundo han disfrutado de educación y sanidad gratis, sin necesidad de padecer las carestías y el racionamiento que existe en Cuba. La Unión Europea debería hacer pedagogía al régimen sobre estas cuestiones. La apuesta del régimen por la centralización económica y el control ha sido, a la vista de otras experiencias en el mundo, un fracaso. Además, otros países gobernados por el comunismo con monopolio político, como China o Vietnam, han transformado plenamente sus estructuras hacia la economía libre de mercado, con un éxito notable en términos de prosperidad.

Propiedad privada, acumulación de riqueza y generación de empleo son fuerzas que permiten ofrecer más y mejores servicios públicos para conseguir que una sociedad sea próspera, para evitar que una nación se atrase y con el paso del tiempo se encuentre cada vez peor, como ocurre con Cuba. El socialismo democrático es plenamente compatible con ello. Se puede ser socialista, pero al mismo tiempo, disponer de instituciones económicas que apunten hacia la prosperidad, el crecimiento económico sostenible, la innovación, el empleo de calidad para todos, la libre elección de bienes y servicios.

Numerosas países lo han demostrado y Cuba no debe obsesionarse con paradigmas ideológicos de la guerra fría de mediados de siglo pasado. No es una cuestión de centros políticos o de debates electorales al uso. Es un asunto de racionalidad económica y sentido común que de ser implementado con todas sus consecuencias, permitiría a los cubanos vivir mucho mejor y construir una economía capaz de crecer de forma sostenible y en beneficio de todos. Una sociedad próspera, en definitiva.

Ahora que los cambios en la titularidad de la nación se avecinan, es momento de reflexionar en abierto sobre estas cuestiones.

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